
El desastre de Elda llegó envuelto en ilusión. Hasta mil herculanos hicieron el camino, levantándose el domingo con ese cosquilleo que solo da el fútbol cuando te promete algo grande: un derbi, un rival directo, un desplazamiento bonito. Reunieron a la familia, a los amigos, llenaron coches y abarrotaron bares y cafeterías en Elda, todos teñidos de bufandas blanquiazules. Llevaban ilusión y colorearon la grada con ganas de fiesta.
Pero el Hércules, fiel a su tradición más reciente, apagó todo eso en cuanto pisó el campo. Ni el empuje de la grada ni el regalo de jugar con uno más sirvieron de nada. De hecho, daba la sensación de que, aunque el Eldense hubiera jugado con dos menos, también habría acabado llevándose el partido. Lo de ayer no fue un derbi: fue una decepción profunda, de esas que te dejan en silencio, sin ganas de decir nada, incluso cuando tienes mil voces alrededor intentando animar.
Lo de Elda no es un accidente. Es la factura de una planificación deportiva que hace aguas desde septiembre. El Hércules llegó al derbi con la misma versión triste de siempre: un equipo sin gol, sin ideas y sin carácter. Pocas horas después del partido, el club anunció la destitución de Rubén Torrecilla y, en menos de veinticuatro horas, ya había elegido sustituto: el valenciano Albert “Beto” Company, que firma hasta junio de 2026 con opción automática de ampliación si logra el ascenso. Company llega tras haber dirigido al FC Andorra, al que llevó al ascenso a Segunda División la pasada temporada en solo 18 partidos, aunque después de la gesta, el club del Principado decidió no renovarle. Un entrenador acostumbrado a trabajar con jugadores jóvenes, construir equipos desde la base, con un carácter docente que encaja en una plantilla necesitada de orden, claridad y crecimiento individual en un momento en el que el Hércules ocupa la 13.ª posición, a un punto del descenso y con urgencia de reconstruir su modelo de juego y su ánimo.
Y buena falta hará. Lo que se encuentra a partir de hoy es un equipo que necesita una reconstrucción profunda, porque va a necesitar poner orden en un equipo con bastantes carencias: los delanteros, después de trece jornadas, aún no han conseguido anotar ni un solo gol. En el centro del campo no hay brújula ni velocidad ni una idea que contagie al resto. No crea, no presiona y no llega; la medular es un lugar donde el juego se estanca en lugar de nacer. Y la defensa… da igual el campo que visite: siempre encaja, muchas veces por errores evitables que se repiten como un mantra cada fin de semana. Con este cóctel, la actitud del equipo no sorprende; simplemente confirma que en este club competir es solo una opción secundaria, tan prescindible como resignarse a deambular por una categoría mediocre sin pena ni gloria. Ojalá, al menos, pueda cambiar esa actitud que tanto arrastra al equipo.
Y mientras tanto, en el palco, silencio. El máximo propietario sigue instalado en su propia burbuja, gestionando el Hércules como quien mantiene un negocio de supervivencia, sin invertir lo necesario para que el equipo compita con dignidad. Año tras año se repite la misma historia: proyectos sin ambición y plantillas que no dan para más. Después, cuando llegan los malos resultados, se señala al entrenador de turno como si fuera el único responsable. Pero la realidad es clara: sin inversión, sin estructura y sin un plan deportivo de verdad, este club está condenado a vivir entre la mediocridad y la melancolía. El herculano lo sabe, lo sufre y, aun así, sigue llenando gradas y carreteras, como el pasado domingo, para seguir a su equipo. Pero cada derrota como la de Elda deja más claro que el problema no está en el banquillo: está más arriba, en una dirección que hace tiempo dejó de estar a la altura de la historia que representa.




