
Enrique Ortiz ha vuelto a poner sobre la mesa un viejo debate: el del estadio. Esta vez no se trata solo de arreglar el Rico Pérez, sino de plantear directamente la construcción de uno nuevo. Moderno, funcional, preparado para otros eventos. El mensaje llega acompañado de otro anuncio: habrá dinero para “tres o cuatro fichajes” en el mercado de invierno.
Pero la pregunta es inevitable: ¿para qué quiere Alicante un estadio nuevo si seguimos viendo fútbol de tercera categoría? Es como poner luces de Navidad todo el año en una calle sin tiendas, o comprarte un palco VIP solo para ver entrenamientos.
Y aquí aparece la contradicción: cuando el equipo lleva años deambulando lejos del fútbol profesional por falta de proyecto, resulta inevitable preguntarse por qué la gran inversión se plantea ahora en el estadio y no en la plantilla.
Reforzar un equipo para competir con garantías de ascenso parece siempre un esfuerzo enorme. Año tras año se confeccionan plantillas muy justas desde el punto de vista competitivo. Y, sin embargo, ahora se plantea una inversión inmobiliaria que, en términos económicos, exigiría un desembolso muy superior y una complejidad infinitamente mayor.
El Rico Pérez está viejo, sí. Tiene goteras, tornillos oxidados y zonas que parecen haberse quedado en 1982. Pero también ha visto ascensos, y ha vivido noches internacionales y grandes citas del fútbol. El estadio no bajó al Hércules a Segunda RFEF. Lo bajaron las malas decisiones deportivas, año tras año.
Por eso cuesta entender que el debate vuelva a ser proyectar futuro sin haber resuelto el presente. Los estadios no crean proyectos; son los proyectos bien hechos los que crean estadios. Los estadios no ascienden, los equipos sí. Ahí está el ejemplo de tantos clubes que crecieron desde lo deportivo y luego modernizaron sus instalaciones.
El problema no es solo empezar la casa por el tejado, sino no haber puesto bien los cimientos. Mientras eso no cambie, el fútbol que se ve dentro seguirá siendo el mismo.
Como en aquella icónica canción de Serrat —tomándome la libertad de cambiar algún verso—, uno casi puede imaginar a Ortiz cantando aquello de: “Busqué mirando al cielo inspiración y me quedé colgado en las alturas… por cierto, al estadio no le vendría nada mal una mano de pintura”.




