Cartas al Director

::Navidad – El apagón que encendió la Navidad

Cuando se apaga lo artificial vuelve a brillar lo verdadero

 

Hace unos días, mientras revisaba el correo, me encontré con un mensaje publicitario que llamó mi atención unos segundos:

Escribe tu relato más navideño en menos de 500 caracteres…”

Pensé: otro concurso literario más. Un intento de exprimir la creatividad en formato exprés, con el difícil reto de condensar toda la emoción de la Navidad en cinco líneas.
Pero luego me dije: ¿y por qué no?

Lo primero que vino a mi cabeza fue ese gran espectáculo de luces en el que se convierte cualquier ciudad en el mes de diciembre: calles brillando como discotecas, escaparates adornados con miles de LEDs que parpadean al ritmo de villancicos y éxitos pop navideños.

Y en medio de tanto espectáculo luminoso, todas esas invitaciones a consumir sin freno, a comprar lo que no necesitamos —para eso están las tarjetas bancarias y los créditos, ¿no?— como si todo ese gasto sirviera para tapar las verdaderas carencias.

La verdad es que nunca pensé que podía ganar. Nunca he tenido demasiada fe en los concursos, y competir entre cientos de propuestas es casi una lotería. Pero sí me pareció divertido jugar a lo contrario: escribir sobre una Navidad sin focos, sin artificios, sin LEDs gigantes. Centrarme en lo que, para mí, significa de verdad esta época.

El título que se me ocurrió ya era poco navideño: “El apagón”. Pero como la idea no era ganar, sino ironizar con los excesos de estas fechas —luces por todas partes, consumismo a pleno rendimiento y comilonas que desafían cualquier dieta— seguí adelante. Lo que no imaginaba era que aquello iba a darme una alegría…

Nunca había ganado un premio. Y sí, ya sé que un concurso de microrrelatos navideños no es un Goya ni un Planeta, ni me van a invitar a ningún festival internacional para recogerlo. Pero oye… ilusiona.

El caso es que yo lo había visualizado —ya sabéis eso de que si lo visualizas, lo atraes— y, mira tú por dónde… ¡Premio!

Así que aquí os dejo el relato, son solo cinco líneas, por si tenéis curiosidad.

EL APAGÓN

Un corte de luz dejó al barrio a oscuras en plena Nochebuena. Entonces las velas encendieron algo más que ventanas y balcones, encendieron miradas. Muchos compartieron turrón, canciones, risas, recuerdos… Y por un instante todos sintieron que la Navidad no estaba en las luces, sino en ellos. La oscuridad vino a recordarles quiénes eran. Y cuando volvió la corriente, nadie quiso tocar el interruptor. Ya había luz de sobra.

Y, si alguien ha llegado hasta aquí creyendo que realmente gané el concurso, mejor lo aclaro ya:
No, por supuesto que no lo he ganado. Ni premio, ni finalista, ni diploma, ni nada. Pero esta experiencia —y la reflexión que vino detrás— me regalaron algo que vale mucho más que cualquier trofeo: las ganas de vivir una Navidad auténtica.

Una Navidad que no necesita millones de LEDs, ni decorados fastuosos, ni centros comerciales disfrazados de Las Vegas.

La verdadera Navidad es la que se enciende en la penumbra de un pesebre, allí donde comenzó todo: Dios que se hace niño para iluminar nuestra oscuridad. Esa luz que no viene de fuera, sino de dentro, cuando se apaga el ruido del mundo y dejamos espacio al Amor de Dios, que es el que más alumbra.

Y es ahí donde todas las luces se encienden. La luz del amor, de la familia, de la amistad, del abrazo, del perdón, del reencuentro, de las risas, de la generosidad, de la paz que el mundo tanto necesita…

Y fue en ese momento cuando pedí mi deseo:

Que cada vez que el mundo se quede a oscuras, ojalá que tú y yo seamos de los que alumbran.

¡Feliz Navidad!

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