
Hay domingos en los que el Pedro Ferrándiz se parece más a un ritual dominical que a un evento deportivo.
Doce y media de la mañana. El café aún caliente en el cuerpo, la bufanda al cuello aunque no haga tanto frío y ese gesto automático de buscar siempre el mismo asiento. Las caras se repiten. Los comentarios también. Y ya nadie pregunta cómo llega el equipo, sino si hoy habrá algún sobresalto, o si el partido se resolverá pronto para ir pensando en el vermú.
Ese es el primer síntoma de que algo ha cambiado.
Porque el aficionado ya no entra con la inquietud de la duda, sino con la calma del que viene a comprobar si todo sigue en orden. Y lo cierto es que el orden apareció enseguida.
El HLA Alicante salió a la pista con las ideas claras. Once a cero de inicio. Intensidad desde el primer balón. Defensa firme y un rival al que no se le concedió ni el tiempo necesario para entender qué partido estaba jugando. Cartagena quiso reaccionar desde el banquillo, pero aquello ya había empezado cuesta arriba. No fue un inicio para lucirse, sino para mandar.
En esos primeros minutos ya quedó claro por dónde iba a ir la mañana. El HLA no necesitaba acelerar ni adornarse: le bastaba con hacer lo de siempre para ir poniendo tierra de por medio.
Tras el paso de los minutos, el partido fue adoptando una forma reconocible. Ventaja local, control del ritmo y una sensación creciente de que todo estaba bajo control mucho antes de que el marcador lo confirmara.
Tras el descanso llegó el único amago de duda. Cartagena recortó distancias y durante unos minutos recordó que esto es baloncesto. La respuesta fue inmediata. Otro estirón. Otro mensaje claro. Aquí no hubo margen para la incertidumbre.
Y ahí aparece el rasgo que empieza a definir a este HLA: la ausencia total de nervios. Cuando toca apretar, aprieta. Cuando toca gestionar, gestiona. No hay prisa, ni ansiedad, ni necesidad de gustarse. Hay un plan y una ejecución fiable del mismo.
El último tramo fue casi un trámite. El marcador se maquilló, el público asistió al desenlace sin sobresaltos y el resultado confirmó una sensación que iba mucho más allá del partido en sí. El HLA ya no gana desde la épica.
Gana desde la costumbre.
Cuando las victorias dejan de celebrarse como excepciones y pasan a asumirse como parte del paisaje, algo se ha consolidado. Este equipo no juega para sorprender ni para reivindicarse. Juega porque sabe que compite desde arriba y porque ha normalizado un nivel que, en esta categoría, no está al alcance de cualquiera.
Quizá por eso el ambiente en el Pedro Ferrándiz empieza a ser distinto. Menos nervios y más confianza. Como si todos, equipo y grada, hubieran asumido que esto ya no va de ver qué pasa, sino de ver hasta dónde llega.
Y ese suele ser el momento más interesante de una temporada. Porque cuando ganar empieza a ser la costumbre, el verdadero reto ya no es hacerlo…sino mantenerlo.




