
Por eso el partido de ayer no era uno más. No por la clasificación ni por el rival, sino por la necesidad de ver cómo reaccionaba el equipo cuando la inercia dejaba de empujar. Alrededor del Centro de Tecnificación se respiraba algo distinto. Nada de euforia, nada de urgencias. Un ambiente contenido, casi prudente. Mir
adas que buscan señales, conversaciones a media voz, esa calma tensa que solo aparece cuando el aficionado no viene solo a ver ganar, sino a comprobar si puede creer.
Y el HLA respondió muy bien. Supo deslumbrar al inicio, pero sobre todo supo sostenerse cuando el partido dejó de ser cómodo. Aceptó los momentos incómodos, gestionó la igualdad y no se dejó arrastrar por los nervios cuando llegó la hora de decidir.
Ahí apareció ese poso que no siempre se refleja en las estadísticas, pero que distingue a los equipos que están creciendo de verdad.
Fue una victoria sin fuegos artificiales. Y quizá por eso fue tan importante.
A la salida no había euforia, había algo mejor: alivio. Alguna sonrisa discreta. Algún comentario en voz baja. Esa sensación compartida de haber pasado una prueba silenciosa.
Porque los proyectos de verdad no se anuncian, se reconocen. Y este HLA, después de perder, ha demostrado que también sabe ganar sin traicionarse, sin prometer lo que aún no toca.
No ha vuelto la euforia. Ha vuelto la confianza. Esa que no se grita, pero acompaña al aficionado de camino a casa.
Y en Alicante, eso ya es mucho.




