
Cuando Vega Martínez se coloca en la pista, con la pértiga en la mano y la mirada fija en el listón, nadie diría que tiene solo 14 años. Su gesto es el de quien entiende que cada salto es mucho más que un movimiento técnico: es una conversación con la gravedad, un pulso contra lo imposible. “Empecé a hacer atletismo con cinco años y pértiga con diez”, cuenta con naturalidad, como si hablar de desafiar el aire fuera lo más normal del mundo.
De admirar a su primo a conquistar España
Vega es ilicitana. Creció entre carreras y vallas, soñando con ser rápida, aunque nunca fue la más veloz ni la más fuerte. “Me gustaba todo, pero no destacaba en nada”, confiesa. Admiraba a su primo, en casa el deporte era una constante y ella siguió los pasos que marcaban sus mayores en casa. Y apareció la pértiga, ese deporte que parece reservado para valientes y que, según le dijeron el primer día, “es para gente inteligente”. Aquella frase la enganchó. Y desde entonces, cada salto ha sido una declaración de intenciones: la técnica puede más que la fuerza bruta, la constancia más que el talento.
Su primer contacto fue casi un juego: cuatro pasos, una pértiga blanda y la ilusión de caer en la colchoneta. Pero pronto llegó el momento decisivo: una competición por equipos, un salto improvisado y un encuentro que cambiaría su vida. Allí estaba Grigoriy Yegorov, medallista olímpico y leyenda viva de la pértiga. “Me dijo que en un mes saltaría medio metro más… y así fue”. Desde entonces, entrena bajo su mirada experta. “La diferencia es enorme. Antes no sabía casi nada; ahora entiendo que cada paso, cada centímetro, cuenta”.
La ciencia detrás del vuelo
Para quien lo ve desde la grada, todo ocurre en cinco segundos: correr, clavar la pértiga, volar. Pero detrás hay años de preparación. Vega lo explica con precisión: “Mi carrera son 14 pasos exactos, 26 metros medidos al centímetro. Si te pasas 20 cm, caes sobre el listón”. Cada paso está calculado, cada movimiento tiene un propósito. “En cada paso hay técnica. No es solo correr: cómo sujetas la pértiga, cómo la colocas en el cajetín, cómo mantienes la velocidad sin perder control”.
¿Qué pasa después de clavar la pértiga?
Ahí empieza la magia. El cuerpo se convierte en un péndulo que debe girar sobre sí mismo para superar el listón. Vega lo resume así: “Primero tienes que levantar tu peso con los abdominales y la espalda. Después, cuando ya estás arriba, empiezas a trabajar con los brazos para extenderte y pasar limpio”.
Es un movimiento que combina fuerza explosiva y coordinación milimétrica. “Hacemos muchos ejercicios imitativos en el gimnasio: colgarse, girar, levantar piernas… porque todo lo que pasa en el aire se entrena en tierra antes”.
¿Por qué es tan difícil?
Porque la pértiga es una prueba infinita. “Nunca tienes la técnica perfecta, siempre hay algo que mejorar”, dice Vega. Cada centímetro extra exige meses de trabajo. “Al principio mejoras medio metro en seis meses; después, 20 cm; y llega un momento en que subir 1 cm cuesta muchísimo”.
El papel invisible: la familia que sostiene el sueño
Detrás de cada salto hay algo más que técnica y entrenamiento: hay kilómetros recorridos, tardes sacrificadas y una familia que se convierte en el motor silencioso del éxito. Vega lo sabe. “Mi madre hacía atletismo de pequeña y fue quien me apuntó. Siempre me ha apoyado”, cuenta con gratitud.
Su historia empezó por admirar a su primo, que practicaba pértiga antes que ella. Esa admiración se transformó en pasión, pero también en un compromiso familiar: desplazamientos a competiciones, esperas interminables en pistas, consuelo en los días malos y celebración en los buenos.
Porque el deporte, sobre todo en edades tempranas, no es solo esfuerzo del atleta: es renuncia compartida. Padres que reorganizan agendas, abuelos que acompañan, hermanos que ceden su tiempo. Todo para que una niña de 14 años pueda perseguir un sueño que, quizá, la lleve a unas Olimpiadas. Ese sacrificio invisible merece ser contado, porque sin él, la historia de Vega sería imposible.
De campeona nacional a sueños olímpicos
Este octubre, Vega se proclamó campeona de España por federaciones representando a la Comunidad Valenciana. No fue su primera medalla: en marzo fue subcampeona y en julio, tercera. “Este año me di cuenta de que podía ser buena”, admite. Ahora sueña con el Europeo sub-18 en julio y, a largo plazo, con las Olimpiadas. “Batir el récord del mundo, como todos”, dice con una sonrisa que mezcla ambición y humildad.
Sabe que el camino es largo, que las lesiones acechan, “la lumbar sufre mucho”, y que cada centímetro cuesta sudor y paciencia. Pero también sabe que va en buen camino.
Epílogo: la niña que quiere tocar el cielo
Vega no habla de medallas como quien colecciona trofeos. Habla de retos, de constancia, de esa sensación única que solo conoce quien ha volado. Porque para ella la pértiga no es solo un deporte: es una forma de vida. Es aprender que la perfección no existe, que siempre hay algo que mejorar, que cada salto es una oportunidad para ser mejor que ayer.
Cuando se coloca en la pista, con la pértiga apoyada en la mano, Vega no piensa en récords ni en rivales. Piensa en ese instante en el que todo se detiene: la carrera, el impulso, el giro, el vuelo. Piensa en el silencio que hay allá arriba, cuando el cuerpo desafía la lógica y el corazón late más fuerte que nunca. Piensa en que, algún día, ese vuelo la llevará a un estadio olímpico, con miles de ojos mirando y una sola certeza: que volar no es un milagro, es el resultado de creer y perseverar.
Y mientras tanto, una niña de 14 años de Elche sigue entrenando, midiendo cada paso, soñando con cada centímetro. Porque la pértiga no regala nada, pero ofrece lo más valioso: la posibilidad de tocar el cielo.




