
El Hércules ha afrontado esta temporada con una revolución en toda regla: once fichajes, prácticamente un equipo nuevo y la sensación de que cada jornada es un experimento distinto. Sobre el papel, tanta renovación prometía frescura, competencia y un salto de calidad, pero tras cinco partidos disputados la realidad es distinta.
Quizá la pregunta que toca hacerse es si hacía falta tanto movimiento. Tal vez reforzar la plantilla con cuatro o cinco incorporaciones de peso habría sido una apuesta más lógica, mantener la base y sumar calidad diferencial.
Ahora el riesgo está claro. Ni la base está consolidada, ni los fichajes terminan de cuajar. Y el aficionado, que no entiende de excusas, solo ve un equipo que sigue sin arrancar.
La quinta jornada tampoco deparó alegrías. El murmullo del Rico Pérez terminó rompiéndose en cánticos contra el banquillo. La grada ya no vibra, se resquebraja junto a un equipo que parece agrietarse también. La confianza y la paciencia de muchos aficionados se va deteriorando poco a poco, como las propias instalaciones del estadio.
Mientras los jugadores se esfuerzan sobre el césped, en los pasillos, una rata cruza entre charcos de filtraciones. En la grada, una familia esquiva un asiento roto y un avispero escondido bajo el respaldo. El Rico Pérez, igual que el equipo, parece sostenerse más por inercia que por convicción.
Ese contraste duele porque es un espejo del Hércules actual. Como el estadio, cargado de historia y orgullo, el equipo transmite grandeza en su escudo, pero se agrieta al primer golpe de realidad. No hablamos solo del empate, ni de la alarmante falta de tiros a puerta. Hablamos de una sensación de fragilidad que cala más hondo: la duda de si este proyecto está realmente construido para ilusionar.
La directiva ha decidido mantener al entrenador, al menos una semana más. Pero sería ingenuo reducir el problema a un solo nombre. Las grietas apuntan a algo más profundo. Un proyecto que no termina de arrancar, una gestión que parece tan desgastada como los pasillos del estadio.
Y el Hércules necesita algo más que excusas. Han pasado cinco jornadas y el equipo está a un punto del colista. La afición seguirá ahí, como lo ha estado siempre, pero la paciencia se agota cuando cada empate suena a derrota y las ilusiones se oxidan al mismo ritmo que los tornillos del estadio.