
29 de septiembre de 2025…David Nagy tenía 17 años. Murió al estrellarse contra un coche mientras intentaba el reto viral de TikTok conocido como table surfing. Se subió a una mesa atada a la parte trasera de un vehículo conducido por otro menor. El coche aceleró. David salió despedido. Murió en el acto.
Antes, Sarah Raissa tenía 8 años. Inhaló desodorante en aerosol como parte de otro reto viral. Su abuelo la encontró inconsciente en el sofá. Murió tras sufrir un paro cardiorrespiratorio. Su madre lo dijo claro en el entierro: “Internet mató a mi hija”.
Tambien, Nylah Anderson. Tenía 10 años. Probó el Blackout Challenge, que consiste en aguantar la respiración hasta desmayarse. Lo vio en las recomendaciones personalizadas de TikTok. Murió sola en su habitación. Su madre lo define como “una puñalada en la garganta”.
¿Libertad digital o negligencia silenciosa?
Estos casos no son aislados. Son parte de una tendencia que crece sin freno: retos virales que convierten el entretenimiento en tragedia. Y aquí surge la pregunta incómoda: ¿hasta qué punto los menores deben tener libertad para explorar internet sin supervisión? ¿Y hasta qué punto los padres deben intervenir, controlar, limitar?
Porque sí, hablamos de libertad. Pero también de vulnerabilidad. Los menores no tienen el criterio formado para distinguir entre lo absurdo y lo peligroso. Y las plataformas, por mucho que digan lo contrario, no filtran lo suficiente.
¿Debemos los padres dar un paso adelante aunque ello hoy no “esté bien visto” en nuestra sociedad permisiva y acomplejada? o ¿debemos dejar a nuestros hijos menores a su riesgo y ventura mirando hacia otro lado aunque por dentro sabemos que deberíamos, por obligación natural, protegerles? El móvil, la tablet, el ordenador o sus redes sociales son hoy atalayas infranqueables para los padres que deben dar un paso atrás y dejar a su hijo expuesto al resto del mundo pero no a ellos.
Conocemos la vida de nuestros hijos lo suficiente, o no es verdad. Por qué una serie como Adolescencia ha tenido la repercusión que ha tenido. Quizás ha puesto el dedo en la llaga…y ha sido un baño de realidad frente a nuestra ignorancia culpable por respeto a no se qué libertad peligrosa para nuestros hijos.
El algoritmo que decide qué ven nuestros hijos
En el caso de Nylah, un tribunal estadounidense ha abierto la puerta a que TikTok sea responsable. ¿Por qué? Porque el vídeo del reto no lo encontró ella por casualidad. Se lo mostró el algoritmo. Es decir, la propia plataforma lo consideró “recomendable” para una niña de 10 años y finalmente la recomendación le causó la muerte.
Esto cambia las reglas del juego. Ya no hablamos solo de contenido creado por usuarios. Hablamos de decisiones automatizadas que moldean el comportamiento de los menores. Y eso, en manos de una inteligencia artificial sin supervisión humana, es una bomba de relojería que muchos padres no quieren saber o ver.
Padres que vigilan vs. padres que confían
Aquí es donde el debate se vuelve incómodo. ¿Deben los padres revisar los móviles de sus hijos? ¿Limitar el tiempo en redes? ¿Bloquear ciertas apps? ¿O confiar en que sabrán cuidarse solos con 8, 10, 13 o 15 años?
La respuesta no es fácil. Pero los datos sí lo son: solo en Brasil entre 2014 y 2025, al menos 56 menores murieron por retos virales. Y la OMS ya los clasifica como trastornos del comportamiento.
No se trata de criminalizar a los jóvenes. Se trata de protegerlos de una exposición que puede ser letal. Porque cuando un niño de 8 años muere por inhalar desodorante, no estamos ante una travesura. Estamos ante un sistema que ha fallado.
¿Quién debe actuar?
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Las plataformas: deben asumir su responsabilidad. No basta con eliminar vídeos cuando ya es tarde. Hay que prevenir, filtrar y educar. No lo hacen.
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Las instituciones: deben legislar. Porque si un algoritmo puede matar, entonces debe ser regulado. No lo hacen
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Los padres: deben estar presentes. No como policías, sino como guías. La confianza no excluye la supervisión. ¿Lo hacemos?
No estaría de más darle una vuelta, y otra y otra…si es necesario, para afrontar la realidad.